junio 18, 2007

Monologuito acerca del odio

Digamos que poco o nada me importa ya, y a las cosas o personas a las que permanezco abrazado poco o nada les importo.

Por ejemplo, me importa aquella pluma que me huye cada vez que me ve llegar sabiendo que poco o nada lograré empuñándola. De la muerte, esa que tantos odian, sé que camina a mi lado. A veces juego a meterle el pie y a veces hasta le hablo de tú. No sé cuándo se cansará de sufrir mis vejaciones.

He perdido el orgullo, aunque lo reclamo cada vez que alguien me llama estúpido. Es decir, no tolero que alguien menosprecie lo poco o mucho que tengo en la cabeza, y que al fin y al cabo es lo único que realmente me pertenece, cosa que odio.

A veces soy yo quien huye, como lo hago con el sol. Me gusta si viene con el viento, pero lo odio cuando despierta a la humedad y a los mosquitos. Además, he descubierto que mi piel es sensible a sus manos, y entonces prefiero refrigerarme bien mientras los otros se tumban a leer debajo de él.

Por cierto, prefiero leer en el baño, aunque tengo miedo de que me pase lo que al Jefe Fierro, que terminó por orinar sentado.

Odio el calor, continúo, porque me desbarata los libros mal editados, esos que odio porque no se dejan leer tan rápido como yo quisiera.

Odio al cilantro y al perejil porque siempre los confundo, aunque casi no puedo prescindir de ellos para ciertos sabores que me traen recuerdos. Odio no poder comer tacos de longaniza frita en grasa de puerco y odiaría llegar a tener que sustituirlos para siempre con la pasta fría, por mucho que me guste. Odio mi superarroz superenergético porque me hace superengordar aunque me superguste.

Odio no dar limosna porque no tengo para darla, o quizá porque me asalta el pensamiento de que quien pide pueda tener más que yo.

Lo que no odio es su sonrisa, aunque la esconda todo el día y me haga explotar, cosa que odio. Odio no podérsela arrancar, pero comprendo que ella está hecha así. Me agrada, eso sí, que siga allí, mirándome y sabiéndome de vez en cuando (odio tener la duda de si este "cuando" lleva acento o no), huyéndome siempre. La odio porque ya no me deja acariciarla pero me gusta saber que sigue viva, que se queja silenciosamente de mí y de mis pequeñas bromas (las que estoy seguro odia porque, queramos o no, pertenecemos a diferentes modos de vivir la vida, de ver las cosas).

Odiaría, en fin, que se muriera o que le pasara algo malo. O que se fuera o que tuviera yo que separarme de ella.

Pero odio seguir así.

Trataré de ganármela de nuevo con caricias y alguna que otra concesión. Pero si no sirve nada de esto, alguien va a encontrar algún día en esta casa una gata totalmente rasurada, y a mí quizá de mejor humor.

Eso sí, seguro me odiarán por ello; más ella que, de todas maneras, creo que ya me odia.

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